La semana pasada, el Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Catalunya (CTFC) recibió al Dr. Forrest Fleishman, profesor asociado en la Universidad de Minnesota, para un seminario sobre las dimensiones sociales —a menudo ignoradas— de la restauración ecológica. Basándose en su investigación en India y Malawi, el Dr. Fleishman defiende la necesidad de integrar las ciencias sociales en el núcleo de la planificación restauradora.
A menudo pensamos en la restauración ecológica como una cuestión de plantas y animales, pero detrás hay decisiones humanas. ¿Qué riesgos implica ignorar el componente social? ¿Por qué es importante tener en cuenta a las personas cuando hablamos de restaurar la naturaleza?
La restauración ecológica es, en última instancia, una actividad humana: las personas degradamos los ecosistemas, y también somos quienes deben repararlos. Ignorar las dimensiones sociales puede provocar dos grandes problemas. Primero, que la restauración fracase por completo —por ejemplo, si se plantan árboles sin tener en cuenta el pastoreo, ya que estos árboles pueden ser comidos antes de que crezcan. Segundo, que tenga éxito ecológico, pero perjudique a las comunidades locales, como cuando se reforestan antiguas zonas de pasto sin ofrecer alternativas, reduciendo el acceso a recursos esenciales. Si no entendemos cómo las personas usan, valoran e interactúan con los paisajes, corremos el riesgo de pasar por alto las verdaderas causas de la degradación y de perder oportunidades para diseñar estrategias de restauración sostenibles y justas. Incluir lo social implica hacerse preguntas clave: ¿quién se beneficia?, ¿quién asume los costes?, ¿quién decide? Sin estas cuestiones, la restauración puede parecer un éxito sobre papel, pero fracasar en la práctica.
¿Nos puede contar cómo se vive la restauración sobre el terreno? ¿Qué funciona, qué no y por qué, en contextos tan distintos como Malawi e India? ¿Qué ha aprendido trabajando directamente en estos lugares?
La restauración adopta muchas formas según el contexto: puede significar plantar árboles, fomentar la regeneración natural o cambiar prácticas agrícolas. En Malawi e India he observado que el término “restauración” se aplica a actividades muy distintas —y con consecuencias ecológicas y sociales también muy diferentes. Una lección clave de mi investigación es que muchos proyectos no cumplen con sus promesas porque están mal diseñados o se basan en definiciones de éxito demasiado limitadas. En India, por ejemplo, muchos proyectos gubernamentales se enfocaron en metas técnicas como aumentar la cobertura forestal, sin tener en cuenta los medios de vida locales ni la funcionalidad de los ecosistemas. Estos fracasos pusieron de relieve la necesidad de comprender mejor cómo los factores sociales, políticos e institucionales influyen en los resultados. Lo que sí funciona es una restauración adaptada a las condiciones locales, basada en el conocimiento del territorio e inclusiva con las personas que dependen del paisaje. De lo contrario, la restauración puede convertirse fácilmente en un trámite administrativo que hace más daño que bien.
En tu investigación en India mencionas proyectos que empeoraron tanto los resultados sociales como los ecológicos. ¿Qué salió mal y cómo se puede evitar?
Una estrategia habitual consistía en plantar pinos para aumentar rápidamente la cobertura forestal en zonas degradadas. Aunque los pinos son nativos, en monocultivo resultan problemáticos: no son útiles para los medios de vida locales, reducen la biodiversidad, aumentan el riesgo de incendios y favorecen especies invasoras. Estos proyectos lucían bien sobre el papel, pero creaban ecosistemas que no eran ni ecológicamente ricos ni socialmente valiosos. Lo que falló fue la falta de consulta con las comunidades y una visión limitada del éxito, centrada únicamente en la cobertura forestal. Una alternativa habría sido restaurar bosques nativos diversos, como los dominados por robles, que son más difíciles de regenerar pero ofrecen mayores beneficios. Para evitar daños, hay que partir de las necesidades de las comunidades, considerar la sostenibilidad a largo plazo y diseñar proyectos que equilibren los objetivos ecológicos con el bienestar social. La participación local puede ralentizar el proceso, pero genera resultados más resilientes, aceptados y eficaces que se adaptan mejor a futuros inciertos.
¿Hay lecciones de su investigación que deberíamos tener en cuenta al planificar proyectos de restauración en nuestra región?
Sí —una lección fundamental es evitar enfoques centralizados y uniformes. La restauración debe adaptarse a cada contexto y reflejar los valores, necesidades y conocimientos de las comunidades locales. En Cataluña, esto puede implicar estrategias muy distintas incluso a distancias cortas: por ejemplo, restaurar la dinámica forestal en una zona para fomentar la biodiversidad y el turismo, y promover el castañar tradicional en otra para apoyar la economía y los sistemas alimentarios locales. Las estrategias homogéneas pueden facilitar la gestión administrativa, pero a menudo desaprovechan oportunidades de innovación local y generan desajustes con las condiciones reales. La participación local no solo mejora los resultados, sino que también fomenta el compromiso y la gestión a largo plazo. Restaurar debe significar empoderar a las comunidades para dar forma a sus paisajes. La flexibilidad, la diversidad y la sensibilidad al conocimiento local son claves. La restauración no es solo ecológica: también es cultural y social, y debe abordarse con esa complejidad en mente.
¿Puede la participación ciudadana mejorar los resultados? ¿Y cómo se puede incluir a las comunidades de forma significativa?
Sí, la participación comunitaria, cuando es significativa y sostenida, lleva a mejores resultados. No basta con invitar a la gente a una reunión: la inclusión real significa implicarles desde el principio, tanto en la planificación como en la gestión a largo plazo. En nuestra investigación, los proyectos exitosos fueron aquellos donde las comunidades tenían poder de decisión. En India, donde la tierra es mayoritariamente pública, la gobernanza participativa fue clave para evitar programas ineficaces. En cambio, en España, donde la tierra es en gran parte privada, involucrar a la ciudadanía puede ser más complejo —especialmente cuando el uso privado tiene impactos sociales o ecológicos más amplios. Esto plantea preguntas sobre derechos de propiedad, responsabilidades y regulación. Las comunidades deben estar empoderadas para exigir su inclusión, no solo ser invitadas. La participación también incorpora saberes diversos y ayuda a evitar daños a grupos vulnerables. Al final, la restauración es más justa y efectiva cuando las personas más afectadas por los cambios en el paisaje tienen el derecho y el poder de orientar su rumbo.
A menudo evaluamos el éxito de la restauración en términos ecológicos. ¿Qué indicadores sociales debería tener en cuenta un buen proyecto?
Los indicadores sociales en restauración aún están poco desarrollados, pero algunos están empezando a tomar forma. En primer lugar, debemos evaluar si las personas locales, especialmente las más afectadas, participaron de manera significativa en la toma de decisiones. En segundo lugar, hay que observar si algún grupo resultó perjudicado —en especial poblaciones vulnerables o marginadas, como mujeres o usuarios de subsistencia. ¿La restauración redujo el acceso a recursos esenciales como leña o pastos? ¿Se desplazaron prácticas tradicionales?
El éxito también debe medirse por mejoras en el bienestar de las personas —en términos económicos, sociales y de salud. Estos indicadores pueden obtenerse mediante encuestas, entrevistas o análisis de datos socioeconómicos existentes. A mayor escala, cambios en empleo, ingresos o salud pública pueden reflejar impactos más amplios. Una restauración que ignora los resultados sociales corre el riesgo de perder apoyo o generar costes ocultos. Integrando métricas ecológicas y sociales, podemos comprender mejor el impacto real de nuestras acciones y diseñar restauraciones no solo eficaces, sino también justas y duraderas.
Last modified: 29 Julio 2025