Artículo publicado en La Vanguardia, el 23 de agosto, por Antoni Trasobares y Míriam Piqué (CTFC / Proyecto europeo FIRE-RES) y César Dopazo e Ignacio Romagosa (Real Academia de Ingeniería)
Esta nota se podría subtitular “de aquella inacción vienen estos incendios” o, el tan manido, “los incendios de verano se apagan en invierno”. Comparado con los veranos de 2023 y 2024, el de 2025 está siendo extremadamente virulento con un trágico balance de vidas humanas, amenaza a poblaciones y propiedades, e impacto destructivo en una extensión importante del medio natural.
Es inexcusable analizar legislación, normativa y regulación existentes sobre incendios forestales para actualizarlas sin complejos y con realismo ante la realidad climatológica actual, que, previsiblemente, será más extrema en el futuro. Planificar estratégicamente la prevención, el uso del territorio, la gestión de los bosques y las tareas de alerta temprana y extinción es misión que tanto el gobierno del Estado como los gobiernos autonómicos no pueden seguir eludiendo y para la que tienen que contar con verdaderos expertos en cada uno de los temas citados.
Ante esta emergencia nacional, hay que dejar la política de las acusaciones partidistas mutuas y volver a la política de nivel, encarando el fondo del problema y planteando soluciones aplicadas.
Es fundamental recurrir al conocimiento científico en distintas disciplinas relativas a los bosques y a la combustión de las masas vegetales para aminorar los efectos destructivos de los incendios denominados de “sexta generación” que los pesimistas consideran incontrolables, especialmente cuando miopemente piensan solo en el incremento de recursos humanos modestamente retribuidos.
La emergencia climática global, el abandono del entorno rural y forestal y la escasa planificación de nuestro paisaje nos ponen en riesgo, porque las limitaciones legales y los medios disponibles hacen imposible gestionar nuestros territorios como sería necesario.
La iniciación y propagación de un incendio depende crucialmente del combustible disponible, de una fuente de ignición, de las variables físicas de la atmósfera y de la topografía. La reducción del combustible disponible exige una gestión rigurosa y planificada del territorio, juntamente con un aprovechamiento sostenible y puesta en valor de los productos agroforestales fruto de esta gestión (madera para construcción, biomasa para generar energía, entre otros). La adecuación de las urbanizaciones requiere de la gestión de la interfaz urbano-forestal, realizando y manteniendo áreas de baja carga de combustible y promoviendo medidas de autoprotección.
La legislación aplicable a incendiarios y pirómanos se ha de endurecer al máximo junto a la instalación de medios de vigilancia, limpieza y mantenimiento de instalaciones que puedan actuar como iniciadores de la combustión y sistemas de alerta temprana.
La gestión forestal que minimice la biomasa más fácilmente combustible reduciría significativamente la generación de calor y, por consiguiente, la fuerte interacción de la combustión con las variables físicas atmosféricas (velocidad del viento, temperatura, humedad, estructura de la turbulencia, etc.), reportada en los incendios de “sexta generación” (¿inextinguibles?).
La definición de zonas prioritarias de gestión y de eficientes barreras cortafuegos ad hoc pueden contrarrestar el efecto de la topografía en la propagación de un incendio. Las simulaciones numéricas previas de propagación con distintas cantidades de combustible, diferentes variables atmosféricas y topográficas, combinadas con técnicas de inteligencia artificial y sistemas de monitorización y medida, serán una valiosa guía en la definición de las estrategias de extinción.
“Más pronto que tarde, podemos sufrir grandes incendios forestales en España” se afirmaba premonitoriamente en las conclusiones del seminario “Incendios Forestales en España” que, en octubre de 2024, organizado por la Real Academia de Ingeniería y el CTFC, reunió en Madrid a expertos en la prevención de incendios, la gestión del medio rural y la simulación matemática de su propagación. El consenso fue general: ni los equipos de extinción ni los expertos en incendios forestales pueden planificar estrategias para hacer frente a esta amenaza sin una decidida acción política.
La ecuación es simple: el cambio climático nos ha conducido a nuevos escenarios que somos capaces de prever, pero los incendios extremos son una realidad que genera sus propias condiciones para avanzar sin control. Hoy en día, no solo su control sino también la predicción y la simulación de estos incendios es un reto todavía inabordable.
Es necesario un pensamiento global e integrador. La prevención debe pasar forzosamente por la puesta en valor de los recursos forestales y por la implantación de fórmulas de gestión que permitan generar nuevas condiciones y, al mismo tiempo, mantener a la población en las zonas rurales. Hay que revertir el abandono de terrenos agrícolas, que en los últimos 30 años ha provocado que la biomasa presente en los bosques se haya duplicado. El bosque invade espacio si no lo contenemos o lo guiamos. Por ejemplo, en Cataluña, el bosque ocupa en torno a un 15% más de superficie que hace tres décadas. Es indispensable recuperar el mosaico de usos que presentaba el entorno rural antes de ese abandono. Hay que redibujar, con criterio científico, buena parte de nuestro territorio y establecer qué debe ser bosque y cómo se debe gestionar, qué deben ser campos y cómo protegemos a las poblaciones.
En España, existe conocimiento científico del más alto nivel como base para avalar cambios territoriales y sociales profundos que hagan que la naturaleza sea la principal aliada en la lucha contra el cambio climático, la sequía y la conservación de la biodiversidad, a la vez que se activa una nueva bioeconomía de futuro.
Planteamos un Programa de Investigación Aplicada de Incendios Forestales para liderar este reto y preparar el territorio frente a potenciales grandes incendios. Un programa que podría vincularse a la declaración de 2023 de la Fundación Pau Costa, de destinar al menos 1.000 M€ anuales a esta misión.
El reto es monumental. Se están viendo las consecuencias de los incendios de Corea y de California, y de los que están asolando la Península Ibérica y el Sudeste de Europa (Grecia, Montenegro, Bulgaria) este verano de 2025. Son cada vez más frecuentes y destructivos. El cambio climático no se va a detener, pero se pueden mitigar sus efectos usando los conocimientos científicos como guía. Políticos y agentes sociales tienen que diseñar una estrategia integral consensuada, porque las próximas generaciones lo merecen.
Last modified: 26 Agosto 2025